LIMA DURANTE LA OCUPACION CHILENA
Derrotados en las batallas de San Juan y en Miraflores, dispersas las tropas y vencida la heroica resistencia de los reservistas civiles que con su vida defendieron la ciudad, los chilenos se preparan para entrar al centro de Lima y ocupar los principales edificios. Épocas duras se inician.
El 17 de enero de 1881, luego de un desfile desde el Parque de la Exposición hasta la Plaza de Armas, pasando por el Jirón de la Unión, en el que muchos espectadores coinciden que fue en silencio y sin mucha pompa, desde la Plaza Mayor los diferentes cuerpos del ejército invasor proceden a distribuirse en los cuarteles de Lima, abandonados tras la derrota. Sin embargo, esto les produce inquietud pues temen alguna emboscada: "En la misma tarde (del 17) la artillería ocupo el cuartel de Santa Catalina, donde tuvo lugar una ceremonia conmovedora. Se izo la bandera chilena hasta el asta y se toco despacito (sic) el himno nacional [...] En el cuartel se harán prolijas investigaciones para descubrir minas que se dice existen ahí", esto publicado en El Heraldo del 4 de febrero de 1881.
Nótese que se menciona que se toco "despacito" el himno nacional chileno, lo cual es un tácito reconocimiento de la hostilidad latente en la ciudad hacia ellos. En total las fuerzas de ocupación sumaron 17,000 hombres, cantidad muy grande para una ciudad que no estaba preparada para atenderlos. El día 20 de enero se enarboló por primera vez la bandera chilena en Palacio de Gobierno. Sin duda, este fue uno de los actos más dolorosos para el Perú, sin embargo no fue la única que flamea, pues al lado de esta aparecen emblemas de muchos países, en diversos inmuebles, como símbolo de protección.
Respecto a la entrada del general Baquedano al centro de Lima, se menciona que fue sin mucha pompa, como mencionamos antes, y hubo un incidente: al momento de su llegada, un cierto número de balas silbaron entre el cortejo, hecho que como es natural causo un poco de emoción... Prisioneros de derecho común rompieron las puertas de la prisión (que se hallaba cerca a la Plaza de Armas), y habiéndose apoderado de algunas armas desataron el tiroteo mencionado anteriormente. Los soldados del regimiento Buin y los de la Guardia Urbana los redujeron después. Pasado este incidente, Baquedano se instalo en Palacio de Gobierno desde donde dirigió una carta al presidente chileno, firmando "...desde el Palacio de los Virreyes", lo que denota una satisfacción por encontrarse en el poder en la Perla del Pacifico.
La población, por el desagrado y temor que siente ante la presencia chilena, adopta una actitud de reserva, de encierro, lejos del contacto con ellos y se menciona que "las celosías permanecieron cerradas y no se abrió una sola ventana de las que daban a la calle: Este fue el sentimiento general de la población. Muchos eran también los heridos que se cerraban en sus casas" temerosos de represalias. "Lima esta todavía como en viernes santo. No corre sino uno que otro carruaje; los carros del ferrocarril sin caballos, pues Piérola los tomo bajo recibo; las tiendas cerradas y muchas casas como si acabara de morir el dueño. En cambio recorren las calles todos los comerciantes en calducho", publicado en El Heraldo del 4 de febrero de 1881.
El ingreso chileno, en la que la historiografía de este país, la menciona como de "guardianes y salvadores", resulta desvirtuado por las palabras de un viajero alemán de la época; Hugo Zoller, quien menciona la incomodidad de la población y que nadie salía de noche y generalmente si lo hacían, llevaban un revolver (Viajeros Alemanes del Perú, Estuardo Nuñez, pag. 134). Incluso se menciona una referencia al sabio Raimondi: "cuando el enemigo entro a Lima, el sabio tomo las colecciones cedidas al Estado y se las llevo a su casa, colocándolas bajo la protección de la bandera italiana [...] y así las salvo de la furia del vencedor que se extendía por igual sobre cosas y personas" La actitud de Raimondi indica que el miedo ante la ocupación fue compartido por los extranjeros.
Desde Santiago se empiezan a dar directivas sobre la ocupación. Era importante para los chilenos, que se instale un gobierno que negocie con ellos y ceda la rendición incondicional con la entrega de territorios de manera formal que era su anhelo desde el principio. Aun así, decidieron mantener al alcalde de Lima Rufino Torrico como una manera de infundir confianza en la población ante alguien que ya era conocido. Sin embargo, en todas las demás oficinas públicas, y la Aduana se instalaron ellos para controlar el ingreso de los impuestos y otros ingresos. Sin embargo, al pasar el tiempo y al notar la actitud distante de la población, los chilenos ven que el fin de la guerra no se ve próximo. Con Bolivia la situación fue diferente, derrotada esta nación, se enfrían las relaciones por obvias razones entre Perú y Bolivia y este país llega a acuerdos bipartitos con Chile, sin consultar la opinión de Perú.
Desde el día anterior a la ocupación chilena, o sea desde el 16 de enero, ya encontramos a los chilenos dando directivas de carácter administrativo para Chorrillos, donde establecieron depósitos de víveres y municiones en los baños. Al desembarcar en el Callao, el 18, distribuyeron las bodegas del ferrocarril, primero para depósitos y luego como cuartel para un regimiento. Las oficinas públicas funcionaron en la Comisaria de Marina y en la Diputación del Comercio y las autoridades peruanas fueron sustituidas por funcionarios chilenos, quienes de inmediato izaron sus banderas.
Respecto a los oficiales dispersos después de la batalla, se dieron bandos en el que se les instaba a registrarse, entregar sus armas y dar su dirección y firmar una declaración en la que se establecía "No tomar las armas contra Chile en la presente guerra" Este compromiso sin embargo, tiene un valor relativo, ya que los que lo firmaron lo hicieron obligados por las circunstancias. No firmarlo podía equivaler a la muerte, al destierro, a la cárcel o a algún otro castigo, de allí que muchos íntimamente mantenían la convicción de acudir al llamado de la Patria. Ya era vox populi que Cáceres organizaba la resistencia desde la Sierra.
La administración chilena también consigno la pena de muerte "...para los que ejecuten actos de depredación o violencia contra los habitantes de esta capital..." ó "...los que anden armados por las calles", excepto, naturalmente, para los miembros del ejército invasor o la guardia urbana. Sin embargo, estas disposiciones muchas veces sirvieron para deshacerse de posibles sospechosos. ¡Cuántas historias relacionadas a esto pueden escribirse!
Para Chile, al principio, la toma de Lima significaba el fin de la guerra y la rendición incondicional del Perú, pero equivocaron los cálculos. No contó con la respuesta del pueblo y de las autoridades dictatoriales primero y del gobierno provisorio de García Calderón después, a estas intenciones. El Perú vencido rechaza de plano la finalización de la guerra a cualquier precio y así la supuesta "ocupación pasajera" se transforma en permanente y el cuerpo administrativo peruano no sigue en funciones porque eso sería apoyar al enemigo, de allí la negativa a continuar desempeñando los cargos respectivos y no por un abandono de deberes como plantea la historiografía chilena. Francisco Encina, en su "Historia de Chile" menciona que "el trabajo y el comercio no se normalizaron a pesar de los esfuerzos gastados por los chilenos". Esta afirmación, toca ya a la población civil, que ante la imposibilidad de una resistencia de otro tipo, acude a la pasiva, al no hacer, como rechazo al ocupante. A esto se agregan los cupos impuestos que en la mayoría de casos llevaron a muchos comerciantes a la quiebra final.
Como corolario a esta primera parte, leamos las apreciaciones del Encargado de Negocios de España en Lima, sobre lo que sucede en la capital:
"En lo eclesiástico no se ha ejercido presión alguna, pero ni el Arzobispado ni los dignatarios de la Catedral toman parte alguna en las funciones religiosas [...] se han suprimido completamente el toque de campanas de todas las Iglesias y conventos hasta las horas de oración.
Las tiendas y almacenes, cerrados en los primeros días de ocupación, se han abierto de nuevo. Las casas permanecen cerradas, procurando las personas más visibles y especialmente las Señoras no asomarse a los balcones ni salir a la calle. Las tertulias, reuniones y teatro han cesado completamente.
Los chilenos consideran estas demostraciones como actos de hostilidad"
"...los soldados, quienes cuando quieren los Jefes aparecen sometidos a una disciplina rigurosa, comenten todos los días atentados de todas clases contra los habitantes pacíficos de la población. [...] no hay seguridad alguna de día ni de noche fuera de las calles más céntricas de la población, precisamente cuando aun pocos días antes de su entrada era Lima una población modelo por la seguridad de que gozaba dentro de las casas y hasta los sitios más apartado"
Como vemos, tiempos duros venían sobre la ciudad, sin embargo, pasando los años (1881 a 1884) la ciudad tuvo que adaptarse forzosamente a esta situación.
Fuentes:
Grimanesa Margarita Guerra, La Ocupación de Lima (1881-1883)